Zócalos de granito, por Gabriel Carrascal

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Los edificios históricos de Madrid dan fe de un uso particular del granito, convertido en invariante de la construcción capitalina a lo largo de los siglos. Nos referimos al zócalo: el tramo inferior de los muros del edificio que queda, por tanto, en contacto con el terreno. Sobre los sillares de los zócalos madrileños, de granito gris y dimensiones generosas, se alzan las más diversas fábricas: habitualmente de ladrillo visto o revocado, de sillería en ocasiones, y también mixtas de tapia y ladrillo en los edificios más antiguos.

El zócalo actúa como interfaz entre la naturaleza irregular, amorfa del terreno y el sistema tectónico que habrá de erigirse sobre él, regido por la geometría. Como elemento de la edificación desempeña dos funciones fundamentales: estructural y constructiva. En primer lugar, es parte esencial de la cimentación, ya que a través del zócalo se transmiten al terreno las cargas del edificio – de hecho, cuando éstas son someras o el terreno muy firme, los zócalos pueden llegar a constituir por sí solos los cimientos propiamente dichos. En segundo lugar, sirve para elevar y nivelar el arranque de los muros, de tal modo que puedan tenderse las fábricas sobre una superficie horizontal a salvo de la humedad.

Los zócalos serían, pues, una especie de calces del edificio, que gracias a ellos mantiene su verticalidad sin hundirse en el terreno, evitando además el contacto del agua con el pie de sus fábricas – tanto la contenida en el terreno como la propia de la escorrentía. La prosopopeya estaría igualmente en el origen del propio término, pues ‘zócalo’ procede en realidad del vocablo latino soccuūlus, diminutivo de soccus ‘zueco’, o sea que vendría a significar literalmente ‘zuequillo’. Frente a los egregios crepidoma y estilóbato de los órdenes clásicos, el origen etimológico del zócalo alude a su naturaleza utilitaria, modesta y funcional.

Es precisamente esta condición la que explica la relativa parquedad del granito en los edificios madrileños a los que aludíamos, confinado como habitualmente está en sus partes inferiores. Es sabido que la construcción es fundamentalmente una cuestión de economía: en lo que respecta a los zócalos de Madrid (al menos hasta la aparición del hormigón armado a principios del siglo XX) el granito fue indudablemente el material que mejor resolvía la ecuación planteada por los distintos factores propios de la edificación: uso, disponibilidad, puesta en obra, durabilidad y, claro está, coste. La considerable distancia a las canteras más próximas, en la Sierra Norte, fue el verdadero impedimento a un uso más extensivo del granito en la Villa y Corte, que sí aparece en algunos edificios oficiales en los que el coste no era una cuestión crítica – basta pensar en las imponentes fachadas y muros del Palacio Real. En este sentido, desde finales del s.XIX puede observarse una mayor prodigalidad en el uso del granito en todo tipo de edificios, coincidente con el desarrollo de la red ferroviaria, que llevaría aparejada una considerable reducción de los portes.

Al margen de la economía, podría pensarse que es la dureza del granito respecto a otras piedras la que lo hace idóneo para su uso en los zócalos. Sin embargo, en el caso de Madrid

no es del todo exacto: su elevada resistencia a compresión no es determinante por sí sola, si se considera que tanto las fábricas que sustenta (sean de ladrillo, mampuesto o mixtas) como los terrenos arcillo-arenosos sobre los que se apoya son relativamente blandos. Es más bien el excelente comportamiento del granito frente al agua lo que resulta decisivo para su uso en los zócalos. De modo semejante a la madera de los zuecos, que ni cala ni se empapa en comparación con el cuero o los tejidos en otros calzados, la particular constitución del granito impide que el agua traspase el material, ya sea de fuera hacia dentro, como de abajo hacia arriba.

Como hemos visto en el anterior artículo, las altas presiones a las que se forma el granito, producen un material cuya estructura interna es muy compacta, y por tanto poco porosa en relación con la de otras rocas. El concepto ‘porosidad’ puede entenderse de distintos modos: la física de materiales alude a la porosidad teórica, porosidad efectiva, porosidad media, porosidad accesible al agua, etc. Ello tiene que ver con el hecho de que existen tantos tipos y tamaños de poro como modos en los que éstos pueden interconectarse. No sería posible extenderse ahora en caracterizar en detalle la porosidad, o mejor dicho, las porosidades del granito; baste decir que sus poros son muy pequeños y distantes entre sí, de modo que se le puede considerar impermeable respecto a otros tipos de piedra. Ello le confiere, además, un buen comportamiento respecto a la heladicidad, puesto que el agua apenas penetra en el material.

Los siglos han demostrado que la elección del granito ha resultado más que afortunada en el caso de los zócalos madrileños, como atestiguan los innumerables ejemplos que ahora podemos disfrutar.

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